Guelaguetza: La historia de hermandad más antigua del mundo
Marina Vázquez.
Miércoles 14 de enero de 1931. Un sismo magnitud 7.8 sacudió a Oaxaca, el cual quedó en la historia del país como uno de los momentos que marcaron al estado y a la nación para siempre, no tanto por los daños causados en la entidad, principalmente en la capital oaxaqueña, también porque este día sería el inicio de la hermandad, del dar y recibir, del intercambio de tradiciones: La Guelaguetza.
Las constantes réplicas de ese sismo, dejaron a la población llena de temor, por lo que comenzaron a vender todo lo que tenían y se iban buscando otro lugar para vivir; la preocupación por parte de las autoridades era palpable, por lo que un año después decidieron homenajear a la cultura oaxaqueña de alguna manera y qué mejor que festejando la Guelaguetza, palabra que se deriva del vocablo zapoteca “Guendalezaa” que significa “ofrenda, presente, cumplimiento”.
La Guelaguetza tiene su inspiración en los antiguos mexicas, quienes adoraban a diversas deidades, entre ellas la Diosa Centéotl, que representaba a la Diosa del Maíz y a la que adoraban y respetaban de tal manera, que le realizaban una celebración para festejarla año con año, se le ofrecían danzas, ritos, así como un enorme banquete que duraba ocho días; esta celebración fue considerada como algo muy especial y significativo para los lugareños.
Desde tiempos precolombinos, en el día Ocelotl, que corresponde al 16 de julio de nuestro calendario, tenía lugar una importante celebración, en la que se veneraba a la trinidad zapoteca: Coquixee, excelsa deidad que concentraba las virtudes; Pitao Cocijo, el dios de la lluvia, así como la diosa de la fertilidad de la tierra y del maíz Xiloman o Centéotl.
A la Guelaguetza acudían los diferentes grupos que formaban el reino y por espacio de ocho días, en el escenario de la fiesta ofrecida por el rey y los señores, la música y la danza ocupaban el lugar principal; además, una doncella era elegida para brindar las primeras ofrendas, seguida por otras que regalaban a los asistentes las primicias de las cosechas: frutos, flores, animales silvestres y aves.
Cuando concluía el octavo día, se efectuaba la danza de los guerreros de Zaachila y desde entonces existe este milagro de convivencia humana en la Guelaguetza; para sumarse a la celebración, los evangelizadores buscaron la fiesta más cercana a la del calendario prehispánico, siendo escogida la festividad de la Virgen del Carmen, quien reemplazó a Centéotl, y fue así que comenzó el mestizaje cultural y religioso que detonó en la fiesta con una gran diversidad de danzas y colores que reúne a los pueblos de Oaxaca en hermandad.
Fotografías de esa época son hoy en día la prueba fehaciente de cómo el Cerro del Fortín, en ese entonces totalmente desnudo, sin auditorio ni construcciones como se puede apreciar en la actualidad, servía de punto de encuentro de cientos de familias oaxaqueñas que llegaban de todas las regiones del estado para intercambiar su comida, bebida, sus bailes y vestimentas, volviéndose una sola identidad con la que Oaxaca sería recordada para la eternidad.
De acuerdo con documentos albergados en el Archivo General del Estado de Oaxaca (AGEO), desde las primeras celebraciones de la Guelaguetza, los oaxaqueños se reunían antes del mes de julio de cada año para la organización de dicha festividad, y también se unían autoridades gubernamentales, el Departamento de Educación Publica del Gobierno, el Ayuntamiento de la Ciudad, así como diferentes clubes deportivos locales.
Dentro de los acuerdos más importantes que tomaban, se encontraba la conformación de un Comité Organizador de Festejos, quien se encargaría de llevar a cabo todo el desarrollo de la festividad del Lunes del Cerro; y para “animar la fiesta”, se organizaba un Programa General, que iniciaba desde el primer lunes con actividades culturales, sociales y deportivas.
En el programa del Lunes del Cerro del 25 de julio de 1932, se constata que el día comenzaba con la interpretación de las Mañanitas Oaxaqueñas, entonadas por la población estudiantil de la ciudad, acompañada de la Banda de Policía del Estado, haciendo su recorrido por las principales calles, partiendo frente al Antiguo Palacio de los Poderes, hasta encausarse en la avenida Independencia, la calle de Crespo, continuar por la calzada del Fortín y concluir en la Rotonda, para llegar a la estatua del Benemérito de las Américas, Benito Juárez.
También se realizaba una Búsqueda de Banderas, la cual consistía en que niñas y niños debían buscar banderolas de colores escondidas en un radio determinado cerca de la Rotonda, tres para las mujercitas y tres para los varones; quienes se alzaran como vencedores, obtenían como premio un overol para ellos, y un sweter para ellas, todos proporcionados por el Ayuntamiento.
“A las 8 horas y en el Teatro al Aire Libre del Fortín, será servido el almuerzo regional con que los señores Diputados a la XXXIII Legislatura del Estado harán sensible su simpatía, estimación y respeto a la niñez estudiosa de Oaxaca, esperanza de progreso y felicidad futura de la Ciudad. El acto será amenizado por la Banda de Policía”, señala el programa como tercer punto del día.
Finalmente, para fortalecer aun más la fiesta, se realizaban eventos deportivos, donde se veían grandes y entusiastas deportistas desempeñando diferentes disciplinas, tales como carreras de relevo, de bicicleta y justas a pie, de velocidad; ya en 1934, el Comité Organizador agregó más encuentros deportivos, y a los vencedores en las diferentes categorías les daban premios que iban desde los cinco hasta los 20 pesos de ese entonces.
En ese mismo año, se construyó la carretera a Puebla, lo que atrajo mucho turismo a la entidad oaxaqueña, por lo que fue en los años cincuenta cuando la Guelaguetza se volvió una fiesta oficial; ya en 1969, el entonces gobernador de Oaxaca, Víctor Bravo Ahuja, comenzó la construcción de un foro para conmemorar la fiesta, el cual se inauguró el tres de noviembre de 1974; actualmente se conoce como Auditorio Guelaguetza o la Rotonda de la Azucena.
En el año 1980, la organización de la Guelaguetza pasó a manos de la Secretaría de Turismo y desde entonces, esta fiesta ya no era exclusivamente para los oaxaqueños, ya que se recibían a turistas de todo el mundo, mexicanos de todas partes que llegaban a la capital oaxaqueña para disfrutar de las danzas representativas de las ocho regiones del estado: Cañada, Istmo, Costa, Cuenca del Papaloapan, Mixteca, Sierra Norte, Sierra Sur y Valles Centrales.
Ya en tiempos actuales, los Lunes del Cerro se deben celebrar “religiosamente” el lunes después de la fiesta de la Virgen del Carmen, pero si esta fecha cae en 18 de julio, que es cuando se conmemora el fallecimiento de Benito Juárez, el inicio de la Guelaguetza se recorre hasta la semana siguiente, como muestra de respeto al luto por el legado que dejó el Benemérito de las Américas, uno de los representantes más destacados de Oaxaca en la historia del país.
En la Rotonda de la Azucena se puede escuchar desde el Jarabe del Valle hasta los sones y chilenas característicos de la costa oaxaqueña; mujeres y hombres ataviados en sus trajes representativos de cada región, mostrando a través de la danza su cultura, sus costumbres; hilos de colores dan vida a trajes de tehuana, huipiles de Betaza, a la indumentaria tradicional de la Cuenca del Papaloapan que se adorna con una piña que es símbolo de una de las danzas que más ovaciones recibe año con año.
“¡Ya llegaron los de Ejutla!” se puede escuchar en un momento determinado, así como el ruido que genera el roce de los machetes mientras bailan el conocido Jarabe Ejuteco; las risas y gritos no pueden faltar durante el intercambio de versos picantes que acompañan a las delegaciones de la región de la Costa, así como tampoco es inevitable que se te erice la piel cuando comienzan a sonar los primeros acordes de la Canción Mixteca o del Dios Nunca Muere.
Han sido pocas las ocasiones en las que el Auditorio Guelaguetza se vio vacío durante el mes de julio ante la cancelación de los Lunes del Cerro; los más recientes fueron en el 2020 y 2021, donde la pandemia del Covid-19 impidió que las y los oaxaqueños pudieran recibir al turismo en estas fechas tan emblemáticas gracias al confinamiento y las medidas de prevención para evitar la propagación del coronavirus; una secuela económica que en la actualidad ya se ha recuperado gracias a las actividades que acompañan a las presentaciones de las delegaciones, como son la Feria del Mezcal, del Pan, del Tapete de Lana, y todas aquellas que ofrecen diversos municipios en las mismas fechas para el deleite de turistas nacionales y extranjeros.
El estado tendrá siempre estrecha relación con los sismos, fue un terremoto el que le abrió el camino para pasar a la historia como una tierra orgullosa de sus raíces, de sus tradiciones, de las comunidades que han puesto como prioridad el hermanamiento entre las culturas para hacer una misma identidad, y que año con año se reúnen en el Auditorio Guelaguetza para gritar “¡Viva Oaxaca!”